El reloj gigante se comió la siesta. Y ese día, los niños y las niñas tuvieron una tarde de fiesta: saltaron en la cama, tumbaron el sofá, rompieron las macetas que había sembrado papá. Al salir la luna, el reloj buscó las horas y no encontró ninguna. Las horas se habían escapado, y las niñas y los niños estaban muy cansados. Querían leer cuentos, jugar en el salón, pero estaban agotados. Se fueron a dormir temprano, y en pijama y camisón, fueron andando, casi dormidos, camino de su habitación.

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